cuando la plata puede
de un solo firme paso
comprar las ideas?
¿Qué busco en el arte
si la música sirve
para amansar fieras
y tapar voces?
¿Qué espero del arte
si la vida exige pan
y a cambio sólo tengo
un puñado de ideas
hechas canción?
¿Qué queda de arte
en un medio partido
entre obstinados y sumisos,
entre callados e ignaros?
¿Quién quiere al arte
cuando lo convencen
de querer lo vacío
de necesitar lo estéril?
“El artista en su encrucijada” sería un título vendedor, marketinero, y seguramente disparador de algunas voces que pueden tener algo para decir. Pero una vez más, esas voces se perderían, confundidas, acalladas y censuradas por la peor censura que es la indiferencia, en un enorme cúmulo de voces que pretendieron y pretenden convencernos de que no necesitamos del arte para vivir, o al menos no más que lo que necesitamos un mal disco o una mala película.
¿Por qué, después de todo, vamos a necesitar del arte para vivir hoy? Si los poderes mundiales de turno –de turno en todos los ámbitos– nos muestran que es más importante repetir que pensar, tener que hacer, y copiar que crear. La vida digerida que vivimos no tiene un espacio reservado al artista.
ARTISTA: personaje incómodo que incomoda. Bomba de tiempo que como el mejor de los terroristas se puede pasear inocentemente entre la multitud, sin hacer alarde absolutamente de nada, pero que sin duda, está buscando su momento de hacerse oír.
Y sin embargo ¿Quién puede creerle a quien, haciéndose llamar artista, vende su obra a ese poder de turno, que la aprovecha en su máxima expresión: la venta? ¿Quién confía en alguien que ha hecho bandera de ideales en los que nunca creyó, y por los que jamás peleó desde su trinchera?
Sería de necios pedirle al artista que cambie el mundo. Seguro. Pero urge exigirle que se haga oír. El mundo está necesitado de arte, y en su lugar busca la respuesta en el medio comercial, ese que nunca le dio lugar al arte fuera del de ser objeto de venta. Esta búsqueda está tan errada que anestesia la sensibilidad del hombre por lo verdaderamente trascendente, negándole la capacidad de discernir entre lo que es importante y lo que es útil, entre lo convincente y lo impactante.
La palabra del artista se debe hacer oír, pero más que nunca, se debería escuchar. Nadie sabe mejor que él de las adversidades de su tiempo, de nuestro tiempo. Adversidades profundas, que son aún las causantes de lo que nos quieren hacer creer que son los verdaderos problemas contemporáneos: el hambre, la guerra, la pobreza y las enfermedades. El problema de fondo subyace en la indiferencia del hombre por el hombre, el desprecio que él mismo siente por él mismo, que lo lleva a enfrentarse día a día, a autodestruirse como quien está convencido de ser el problema... Y ve en el hermano a un enemigo, y en el compañero a un traidor.
El artista sabe que en el hombre está la respuesta para el hombre, y que nadie debe decirle cuál es, porque en el fondo la sabe। Tan en el fondo que parece mentira que ese lugar se llame conciencia. Y es que la conciencia fue sepultada con las ideas hace ya demasiados años. Y de ambas cosas se nutre el arte para crecer y hacerse oír.